Primer Durmiente

Cuando todavía el resultado de la Segunda Guerra Mundial era incierto pero con la balanza decantándose poco a poco a favor de sus enemigos, el Cráneo Rojo aconsejó a Hitler la creación de los Durmientes para el supuesto en que, si el Tercer Reich era destruido, pudiese volver a resurgir años después con ayuda de estos robots.

Por orden de Cráneo Rojo se escondieron tres de estos androides en distintos lugares de Alemania programados para activarse décadas después de su construcción por parte de agentes nazis leales que permanecerían ocultos entre la población para que llegado el momento (der Tag), dieran comienzo al resurgir nazi.

El Primer Androide fue ocultado dentro de una cueva en los bosques cercanos a Gortmund, donde permaneció oculto durante años hasta que llegó el momento de ser despertado. Llegado el día, el agente encargado de despertarlo, un antiguo oficial nazi conocido como Martinus Von Kimmer, reunió a una partida de granjeros del pueblo y los dirigió al bosque, donde liberaron al Primer Durmiente, un inmenso androide gigante caminante con dos brazos terminados en garras capaces de disparar rayos de energía y que estaba controlado mediante computadoras situadas en lo alto de su cuerpo, protegidas por una cúpula de plexiglas altamente resistente.

El robot era tan altamente destructivo, que incluso Von Kimmer y sus secuaces hubieron de huir ante la furia descontrolada del robot que asoló con todo a su paso, ni siquiera el Capitán América, que había seguido la pista de los durmientes, pudo detener al gigantesco robot que fue capaz incluso de escapar de las toneladas de escombros que el aventurero arrojó sobre él tras derribar una montaña a su paso.

Sin nada que le detuviera, el Primer Durmiente se dirigió hacia el norte, donde se reunió con el Segundo Durmiente, una enorme estructura similar a un ala de murciélago que se enganchó a su compañero permitiendo al robot emprender el vuelo. Gracias a sus rayos eléctricos y de fuerza, el ingenio nazi fue capaz de esquivar los aviones de la OTAN y continuar su viaje al norte, donde se le unió el Tercer Durmiente, una cabeza enorme que albergaba una poderosísima bomba en su interior.

Completamente armado, el Durmiente definitivo se dirigió hacia su objetivo el cual era desconocido, aunque el Capi especulaba que el Cráneo Rojo, en su locura, había decidido que si los nazis no podían gobernar el mundo este debía ser destruido, y que debía haber programado a los Durmientes en una misión suicida consistente en usar el poder de vuelo del Segundo Durmiente para llegar hasta el Polo, desde allí perforasen el planeta hasta llegar al centro de la Tierra con los rayos del Primer Durmiente y allí los ordenadores del robot reaccionarían al calor del centro de la Tierra para activar la bomba del Tercer Durmiente, provocando reacciones termales que destruirían el planeta.

Sin tiempo para comprobar la veracidad de sus sospechas, el Capi tomó un avión de la fuerza aérea de la OTAN, y saltó en paracaídas sobre el robot volador, armado únicamente con un soplete. Allí, sometió a los sensores del Durmiente al calor del fuego, engañando a las computadoras del robot nazi haciéndole creer que había alcanzado su objetivo y detonando la bomba mientras volaba por los cielos, de modo que no alcanzó su verdadero objetivo y estalló sin hacer daño puesto que el Capi pudo saltar en paracaídas antes de la explosión mientras que el Primer Durmiente y sus compañeros eran destruidos.