Kharam-Akkad

Kharam-Akkad era un poderoso hechicero que tenía conocimientos de magia negra y ejercía como consejero del Rey Eannatum de Makkalet. Los hyrkanianos eran gente muy devota que rendían culto a Tarim Encarnado, una deidad viviente, siguiendo los consejos de Kharam-Akkad, agentes de Makkalet secuestraron a Tarim y lo trajeron hasta la ciudad. El hechicero conocía el secreto de Tarim y se encargó que permaneciera encerrado en el Templo de Tarim. Nadie podía ver y cuando pasaba la gente se agachaba. Como respuesta al robo, el Rey Yildiz ordenó al Príncipe Yezdigerd atacar Makkalet y recuperar a Tarim {CTB 19-FB-BTS}.

Pronto las tropas de Aghrapur sitiaron por mar Makkalet. El Rey temía que no pudieran rechazar al ejército invasor y se preguntó si no sería demasiado tarde para entregarles a Tarim, pero Kharam-Akkad le dijo que era demasiado tarde y Eannatum dejó que fuera él quien se encargara de la defensa de la ciudad. El hechicero hizo uso de la magia negra y creó réplicas fantasmagóricas de un puñado de soldados. Aunque el ataque sirvió para repeler a los agresores, el mercenario Conan destruyó a los seres de ultratumba y Kharam-Akkad lo miró fríamente desde la seguridad del palacio {CTB 19}.

La Reina Melissandra no confiaba plenamente en Kharam-Akkad y el edito de no poder ver a Tarim, así que decidió entrar por su cuenta y riesgo en el Templo de Tarim para averiguar por que motivo no se podía verlo. Kharam-Akkad sorprendió a la Reina, que se había encontrado por casualidad con Conan. El hechicero evitó que viera a la divinidad viviente y envió a Conan hacia las trampas del templo, de las que pudo salir con vida escapando por los túneles {CTB 20}.

Al día siguiente, los guardias de la ciudad capturaron a Conan, quien había desertado del ejército turaniano cuando descubrió que habían matado a su amigo Fafnir. Cuando Conan se ofreció a cumplir cualquier misión a cambio de la libertad y un caballo, le encomendaron acompañar a un pequeño grupo de soldados para pedir ayuda al Rey Ghannif {CTB 21}. Kharam-Akkad tenía sus propios planes y entregó a la Reina Melissandra un amuleto que serviría como protección a Conan {CTB 26-FB-BTS}. La Reina creyó en sus palabras y regaló el amuleto a Conan, quien descubrió poco después que servía para atraer a la Cosa Sapo de Xuthltan, a quien Kharam-Akkad pretendía entregar en sacrificio al bárbaro {CTB 21}.

Kharam-Akkad tenía en su poder los Espejos de Tuzun Thune, con los que podía ver visiones del futuro y algo que se reflejaba en ellos todavía lo atemorizaba {CTB 24}. No era otra cosa que la visión de Conan sobre su propio cadáver. Por mucho que se empeñaba, la imagen no cambiaba. Además, había tres cabezas de animales: un león, un águila y una serpiente, cuyo significado no era capaz de desentrañar. Resuelto a terminar con Conan envió al capitán de la guardia Chumballa Bey para que lo apresara, ya que el joven bárbaro se encontraba en Makkalet sirviendo en el ejército. A desgana, Chumballa Bey no tuvo más remedio que obedecer y capturó a Conan al que entregó atado al sacerdote. Kharam-Akkad le mostró entonces el Espejo de Tuzun Thune y Conan se vio reflejado como un esqueleto, entonces la imagen cambió, se formó un remolino de humo y surgieron de su interior varios tentáculos. Al ver la magia negra Chumballa Bey decidió ayudar al mercenario y atacó a los tentáculos. Kharam-Akkad apuñaló entonces al capitán por la espalda, pero ya era demasiado tarde y Conan se había librado de las ataduras. Cogiendo una espada cortó los tentáculos y se lanzó contra el hechicero. Mientras se defendía de las estucadas del bárbaro con un escudo, se percató que la empuñadura de la espada de Conan tenía la cabeza de un águila, asustado a penas pudo defenderse de sus golpes y el escudo le cayó roto a sus pies. Las cintas de sujeción eran de piel de serpiente. Solo le faltaba comprender el último símbolo, el león, desesperadamente Kharam-Akkad intentó defenderse con uno de los espejos mágicos, pero Conan atravesó su cuerpo con la espada. El hechicero cayó al suelo arrastrando el tapiz que cubría el espejo donde se mostraba la imagen de su propia muerte y, Conan, al ver el león comprendió que era él mismo, pues era el apodo, Amra (el león), con el que también se le conocía {CTB 25}.