Tarim

Parece ser que Tarim era un descendiente directo del primer Tarim, el héroe que salvó a los turanianos de la destrucción de Lemurianos. Convertido en una divinidad viviente, con el paso de los años su puesto fue reemplazado siempre por un descendiente suyo asumiendo la identidad del original Tarim. Además, posiblemente debido a partos endogámicos, Tarim era un demente degenerado. El pueblo llano ignoraba la verdadera naturaleza del dios viviente al que rendían culto, cuya identidad guardaban celosamente los gobernantes. Para los turanianos Tarim, no solo era su dios, si no que era un símbolo de poder que ambicionaban todas las ciudad estado. Por este motivo los habitantes de Makkalet lograron arrebatar a Tarim de la ciudad de Aghrapur. Enfurecido, el Rey Yildiz envió al Príncipe Yezdigerd al frente de un numeroso ejército para recuperar a su dios {CTB 19-FB-BTS}.

Sentado en su trono, Tarim vio como Conan, que servía como mercenario en las tropas invasoras, pero cuando el bárbaro se le acercaba cayó en un pozo trampa y no pudo alcanzarlo {CTB 20}. El hechicero Kharam-Akkad y consejero del Rey Eannatum de Makkalet mantenía a Tarim custodiado todas las horas del día en una habitación del Templo de Tarim {CTB 25}. Tras la muerte de Kharam-Akkad a manos de Conan, el bárbaro entró en la estancia de Tarim cuando estaba siendo perseguido por hombres de Yezdigerd, cuyo ejército había tomado las calles de la ciudad. Al no poder derrotar al joven bárbaro con las espadas, los soldados lanzaron una lluvia de flechas indiscriminada ignorando por completo la identidad de Tarim. Conan logró protegerse con un mueble, pero Tarim recibió varios flechazos que lo arrojaron agónico contra una pila de fuego. Tarim murió en medio de las llamas y su cuerpo quedó muy calcinado. Conan logró escapar y las tropas de Yezdigerd tomaron por fin toda la ciudad. Al ver el estado en el que había quedado el cuerpo de su dios, el Príncipe Yezdigerd decidió colocar una túnica por encima de su cuerpo y simular que todavía vivía llevándolo en procesión ante sus seguidores, quienes no sospecharon el engaño {CTB 26}.